Si me quedo mirando al mar, me hago absolutamente infinito.
Si trato de comprender el baile incesante de sus olas, termino perdiendo el compás.
Si respiro el aire salado, me recorren mil sabores la garganta.
Si tropiezo con una forma perfecta, es una concha esmeralda, desgastada y ruinosa.
Si me siento a ver adormecerse el sol, me invade una sensación de calma.
Si oigo el crepitar de la mar, siempre recuerdo una caracola, de cuando era un niño.
Si veo las arrugas de un pescador que faena concentrado, me recuerdan a mi abuelo, testigo de los retos que nos propone la vida.
Si me siento en la proa de tu nave, será para contarte las gaviotas que nos acompañan en el viaje, que ha de ser nuestra existencia.
Si amo y odio el mar, es por su imperecedera belleza, infinita crueldad.
Si mi hijo ya no puede olvidarte, y repite cansino “el mar” “el mar”.
Si la montaña es mi primogénita, tú ya eres la amante que no podré olvidar.
Si los días que no te veo te he de soñar, imaginando tu murmullo al acostarme.
A mi hijo por lo mucho que le ha gustado conocerte.
Pedrulo Maturulo.
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