Cualquier día descubriré tu secreto, vigilante de tu sentida desilusión, caballero errante que caminas en el siglo de los sin vida y sin esperanza.
Habré de conformarme pues, con vivir este momento baldío que nunca debió tocarme, encerrado en el siglo que murió con el credo tecnológico, en el que empezamos a pensar como máquinas y dimos la espalda a nuestra propia conciencia.
Son esos niños que dejaron de jugar en la calle, y se encerraron frente a la máquina, arremolinados en la soledad de una línea seguida de puntos.
Objetos de plástico y metal, capaces de arrastrarnos a su misa, en pro del progreso, esclavos de la mediocridad tecnológica, asesina de la pasión.
Lo poco que recordamos del pasado cierto, parece un agujero negro, que succiona el sentido común, de quien todavía tiene memoria.
Yo todavía busco Camelot, y me quedo atónito frente a la muralla de la lealtad de los hombres, patria imperecedera de lo que perdura para siempre, antítesis de lo que hoy nos sugiere la vida que no vivimos.
Por que ya estamos muertos al nacer, somos cadáveres errantes con sueños, incapaces de separar lo real de la fantasía, obtusos hasta sentirnos ovejas dentro de un rebaño.
Solo la soledad, puede ser la cura, de esta enfermedad que padecemos, pero ese seria el peor de los remedios, ya que necesitamos compartir para poder vivir.
Un día descubriremos que hemos dejado de ser una realidad, para convertirnos en un avatar, síntoma de la enfermedad incurable que llamamos progreso.
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