Desde que nació mi hijo, no he vuelto a ser el mismo, antes pensaba que podía ser una roca, indiferente a las miserias ajenas o las injusticias.
Ayer estaba trabajando, cuando paso una señora muy peripuesta con un crío de unos 5 años, al principio no me fije mucho en ellos, pero si me sorprendió la lejanía con la que la buena señora caminaba de su hijo.
Entro a una de las muchas tiendas de la galería comercial en la que trabajo y el niño se quedo sentado en una especie de cartel iluminado, vestía bien con unas gafas de esas que ponen ahora a los niños de estética moderna.
Seguí contemplando la escena, y la señora en cuestión salio del establecimiento sin mirar hacia atrás, camino por todo el pasillo hasta recordar que algo se había olvidado, el pobre muchacho seguía sentado en el cartel luminoso.
La madre se acerco a este y le increpo, insultándole y zarandeándole de forma desmesurada, ella le gritaba “no ves que he tenido que regresar por ti” “eres tonto” etc., a lo que el chaval ni siquiera habría la boca solo asentía con un miedo pavoroso.
La escena me dolía en el alma, viendo con impotencia como Dios da hijos a quien no los merece, no fue la reprimenda lo que más me molesto, fue la absoluta vileza con la que trato al niño como si fuera una basura.
Me hubiera gustado saltar el mostrador agarrar a la señora y explicarla que a los hijos ahí que quererlos y educarlos, no tenerlos para cumplir con las normas sociales.
Me imagine a ese pobre muchacho dentro de unos años convertido ya en un hombre, ¿que clase de persona seria?, después de haber sido maltratado durante toda su infancia.
Quizás con el tiempo, sus heridas se habrían cerrado y aprendería a amar a otras personas de forma distinta a como quería a su madre, o a lo mejor se convertiría en un pelele desprovisto de personalidad y un esclavo de la malvada señora.
Nunca lo sabré, pero me recordó mis deberes con mi hijo, amarle por encima de todo y hacerle sentirse amado.
Pedrulo Maturulo.
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