Cada día veo pasar por el establecimiento en el que trabajo, muchas y diferentes personas. Pero hoy concretamente, me he conmovido profundamente.
Una señora entra en la tienda y en el carrito iba un niño pequeño de unos cuatro o cinco años. Al mirarle me he dado cuenta de que portaba una mascarilla de esterilización especial. El cabello lo debía haber perdido por culpa de la quimioterapia o algún medicamento agresivo. Mirar a los ojos a aquel niño me ha roto el corazón, nunca antes de tener a mi hijo, hubiera pensado que la imagen de un niño enfermo me lastimaría tanto. Le regale una sonrisa intentando disimular mi sufrimiento interior. La sola suposición de cómo debían estar sufriendo sus padres todavía me ronda la cabeza.
La enfermedad como tal acompaña al hombre desde su gestación, pero ver un niño enfermo, es si cave una suposición insoportable.
De todas las cosas que a uno le pueden pasar en este valle de lágrimas, la falta de salud es imposible de aceptar que le pase a un niño. Entra en cuestión entonces ¿Cómo Dios permite ver sufrir a un pequeño? La fe entra en conflicto directo con la razón.
Hoy he comprendido que nunca hubiera sido un buen soldado, no después de tener a mi hijo Héctor, jamás podría derramar la sangre de un niño. Si el corazón se puede hacer mas grande el mío ha crecido y ya no puedo ser indiferente a un crió que sufre o llora.
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